Matilde Lina.
En el año 1956 Leandro Díaz y Toño Salas llegaron a Manaure durante las fiestas de la Virgen del Carmen para amenizar una parranda. En uno de los recesos a Leandro se le acercó una tímida joven para decirle con una sonrisa de admiración que lo había escuchado en Urumita cuando, acompañándose con una armónica tocada por él mismo, había interpretado el tema A mí no me consuela nadie. El comentario pasó inadvertido para el juglar que en ese momento estaba festejando sus ocurrencias y las de sus contertulios.
Al día siguiente, esa joven debía hacer una diligencia donde se había celebrado la parranda y en cuanto la vio el anfitrión, le hizo el comentario de que ella había sido la sensación de la fiesta porque todos los invitados quedaron boquiabiertos admirando su belleza. En ese momento intervino Leandro para averiguar su nombre. Ella respondió: ¡Matilde Lina Negrete Soto! El compositor preguntó de nuevo: ¿Eres tan bonita como dicen? Ella, ruborizada, solo respondió que eso decían pero que ella no estaba segura.
En ese momento llegó Urbano, el hermano de Leandro que le servía de lazarillo, para acompañarlo a una parranda donde tenía el compromiso de cantar. En el camino le preguntó con insistencia a su hermano si era cierto que Matilde era bonita. La respuesta fue contundente: era la muchacha más espectacular que había visto en su vida. Al llegar ya lo estaba esperando Toño Salas a quien se apresuró a contarle el encuentro con la joven y, de paso, preguntarle si la conocía. ¡Cuál no sería su sorpresa al enterarse que la joven por quien averiguaba era hermana de la esposa de quien tocaba el acordeón para acompañarlo!
Al día siguiente Matilde regresó a El Plan, otro de los pueblos ubicados en las faldas de la Sierra Nevada, donde vivía, y el juglar a su residencia en San Diego. “Pero el gusanito lo seguía picando y el ardorcito inicial se convirtió en fuego”, diría Alfonso Sánchez Baute, al comentar el hecho en la novela biográfica Leandro, de su autoría.
Un mes después el compositor se decidió a visitarla y le declaró ese amor por ella que lo estaba enloqueciendo. Ella lo recibió con mucha dulzura, pero fue clara en el sentido que no podía estar sus planes corresponderle a un hombre con dos mujeres solo en San Diego: Clementina, la de planta, y Nelly-- que de paso era su prima hermana—, sin contar el montón de hijos suyos y de sus mujeres, que también estaban a su cargo. Tampoco podía olvidar sus amoríos en cada pueblo, algunos de los cuales iban quedando consignados en sus canciones. Le recordó que ella lo empezó a admirar cuando lo escucho cantar su amor no correspondido por Cecilia, la de Urumita.
El enamorado no se dio por vencido, pero al volver pocos meses después encontró que Matilde se había comprometido con Luis Alberto Zequeira y estaba embarazada.
Seis años después, Leandro fue invitado a El Plan para animar una parranda y recibió una noticia que lo estremeció: Matilde, que ya tenía cuatro hijos, se había separado de Luis Alberto. Como era de esperarse, el cantante volvió al ataque y ella, con la misma amabilidad que la caracterizaba, lo alejaba. “Parecía como si, además de ciego, fuera sordo: en cualquier pueblo que aspiraba su olor, se le acercaba” y la respuesta siempre fue la misma, agrega su biógrafo.
Luego de cuatro años sin encontrarse, y cuando Matilde ya había establecido una nueva relación sentimental y estaba convencida de que su antiguo enamorado había enterrado su fantasía, tuvo que viajar a Villanueva donde alcanzó a escuchar el acordeón de su cuñado, Toño Salas, quien era el compañero musical de Leandro, y decidió saludarlos.
Apenas ella entró al sitio donde se desarrollaba la parranda, Leandro, percibió el olor de Matilde. Hizo parar lo que estaban tocando y exclamó: Señoras y señores quiero que conozcan a la mujer que me inspiró la canción que van a escuchar. La reacción de Matilde fue empezar a correr y perderse de ese sitio, pero antes de hacerlo alcanzó a escuchar que agregó: Ella no conoce la canción, pero estoy seguro que la hará sonreír.
No se equivocó. ¡Desde los primeros versos la sonrisa de Matilde fue de felicidad!
Esa canción dejó claro que no todos los temas que le inspiraban las mujeres al juglar eran para lamentar su desamor. “Había otras, como ésta, que eran para seducir”. Matilde se volvió más famosa que la canción y que su compositor. Un poco después Matilde enviudó y los participantes en las parrandas, para pedir la canción, decían: “Tóquenme la viuda”.
En 1983, veintisiete años después de aquel encuentro, donde él olfateo por primera vez el perfume de su piel, Leandro le preguntó a su musa si le gustaba la canción. ¡Muchísimo! contestó ella con rubor en las mejillas. En ese momento Leandro insistió en sus pretensiones… Ella, hizo un giro de ciento ochenta grados y se alejó sutilmente sin decir nada. Fue la última vez que se vieron Matilde Lina y Leando Díaz.
La ñapa.
Meditaciones de Celia en Celia se pudre, de Héctor Rojas Herazo.
“Ahora cuando estoy muerta, cuando sé que estoy muerta, pudiéndome bajo la tierra como me pudría allá arriba, entre mis polleras floreadas, lo que me duele de verdad es no ver mi casa, no manosear sus horcones, no ser dichosa con mi sufrimiento, (…) no sentir ya más el gas en mis dedos, oliéndolo como el perfume más entrañable cuando embebo la mecha de la lámpara” p. 280.
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