Nuquí: ¡Sala cuna de ballenas!
Un viejo anhelo que había venido acariciando, era el de realizar un viaje a la región del Pacifico colombiano para observar las acrobacias de las ballenas jorobadas, que desde la Antártida inician su migración anual en un viaje de ida y vuelta de aproximadamente de 19.000 km en 265 días. Desplazarse en dirección norte hasta su zona de cría, en las aguas cálidas frente a Colombia para cumplir su proceso de reproducción: aparearse, dar a luz, entrenar a los ballenatos en algunos movimientos básicos, y luego regresar a su punto de partida para alimentarse durante el verano antártico, es una hazaña que debemos admirar quienes todavía tenemos la oportunidad de hacerlo.
Es posible que las futuras generaciones no sean tan afortunadas como nosotros y no logren verlo porque estas especies amenazadas, en el futuro pueden no lograr completar el ciclo que han repetido durante mucho tiempo y se extingan.
Informes de algunas revistas especializadas revelan que un equipo de científicos ha rastreado las rutas de gran parte de las ballenas de todo el mundo, gracias a marcas satelitales, y ha puesto de manifiesto lo peligroso que se están volviendo los océanos para estas criaturas.
Ya es innegable que el cambio climático está alterando los lugares y momentos en que las ballenas pueden encontrar alimento seguro; además, las flotas pesqueras desechan redes que son un peligro para toda la fauna marina, y como si fuera poco, los barcos mercantes, que todos los días son más numerosos, se cruzan con las rutas de las especies migratorias cuyos ejemplares pueden ser golpeados; sin contar con que los sonidos de los motores, así como las señales de los sonares pueden confundirlos.
El primer paso para materializar ese sueño, era seleccionar el sitio para hacer el avistamiento de estos seres extraordinarios. Tanto a Emma como a mí, y a los amigos aventureros que hicieron posible el viaje—valga la ocasión para agradecerles tanta deferencia para con nosotros--, nos llamó la atención un aviso promocional que decía: Nuquí, ¡sala cuna de ballenas! Así escogimos el lugar.
Para llegar a Nuquí no hay carreteras, la forma más fácil es viajar a Medellín, desde donde salen avionetas que, en vuelos de cincuenta minutos aproximadamente, aterrizan en el pequeño aeropuerto de esa población, ubicada en el vértice del ángulo agudo formado por el rio Ancachí, que corre de nororiente a suroccidente, y el océano Pacifico que baña la costa occidental de Colombia en el departamento del Choco.
El poblado toma el nombre de la corriente fluvial en la que vierte sus aguas el rio antes mencionado, a pocos metros antes de unirse al mar. El Nuquí viene bajando desde la serranía del Baudó, encausado por una de las estribaciones de ese sistema montañoso que se levanta en el Pacifico colombiano y se prolonga hasta parte del territorio de Panamá. Es independiente de los Andes y está separada de la cordillera Occidental por el rio Atrato.
Esta serranía tiene en la costa del Pacífico una serie de acantilados con alturas hasta de 70 metros, con pequeñas hendiduras que forman bahías y ensenadas con playas en forma de bolsillos; algunas de arenas, pero la mayoría con muchas piedras. Sin embargo, cerca de la desembocadura de algunos ríos, las playas son más extensas y con manglares. En uno de estos accidentes geográficos, aparece el golfo de Tribugá, donde se encuentra ubicado el municipio de Nuquí.
Ya en esta población, el visitante entra en contacto con un guía, que es el administrador o propietario de alguna de las lanchas de fibra de vidrio con capacidad para 15 o 20 pasajeros, más el piloto, que es el guía, y su auxiliar que acostumbra a ir de pie en la proa con el ojo avizor tratando de detectar la presencia de los cetáceos.
La jornada de un grupo de turistas se inicia aproximadamente a las 8.30 am, para regresar a eso de las 5.0 pm. El encuentro es en el muelle turístico, que es el primero de los muchos que se encuentran en el margen del Anquechí, que como se dijo se desplaza hacia el suroccidente a encontrarse con el rio Nuquí. El último de los muelles es el militar, que ejerce el control necesario sobre las embarcaciones que entran y salen del puerto. Entre los dos muelles, hay fondeadas cualquier cantidad de embarcaciones de todos los tamaños cargando y descargando las más variadas mercaderías que constituyen la vida del comercio de Nuquí.
Los turistas, luego de pasar por los muelles señalados y al primer contacto con el mar, se encuentran con la muestra de cómo una estribación de la serranía que se adentró en el mar formando una pequeña península cuya punta, conocida como Cerro de San Rafael, ya está separado del resto del cerro porque el océano, parece que le hubiera cobrado a ese sistema montañoso la osadía de haberse metido en sus dominios y la erosionó de tal manera que aisló la punta, al abrir un boquete, quedando el cerro de San Rafael como un tupey, uno de esos peñascos de paredes verticales que conservan en su cima alguna de las características de cuando era parte integral y continua del sistema montañoso del que fue separado.
Y a medida que la embarcación se separa de esa desembocadura, para dirigirse al norte o al sur que son las rutas señaladas en los paquetes turísticos, va encontrando peñascos que quedaron como muestras de las estribaciones de la serranía que fueron devoradas por el océano.
De acuerdo a la ruta asignada a la lancha, se toma el rumbo correspondiente que tiene unas paradas y desembarcos programados. Para el norte, por ejemplo, se fija como límite al Parque Nacional Utrìa, a donde se está llegando alrededor de las 11 am.
Las paradas son en ensenadas que por sus características -- como profundidad, quietud relativa de las aguas son más propicias para el entrenamiento que las ballenas deben hacerle a sus crías antes de emprender su viaje de regreso--, presentan mayor posibilidad para el avistamiento de estos cetáceos que es uno de los objetivo de quienes nos embarcamos en esta aventura, por lo que la mayoría prepara sus cámaras fotográficas para dispararlas en el momento preciso.
El desembarco en el Parque Natural es esperado por el personal encargado de cuidar esta Reserva Natural, y está obligado a brindar a los visitantes las instrucciones necesarias para preservar este nicho de vida, que pertenece ya no sólo a los colombianos sino al planeta, como se hace en todos los parques naturales de Colombia y el mundo. Cumplido este formalismo, se inicia una caminata por unos senderos de madera técnicamente construidos a manera de palafitos, para observar la flora y la fauna endémica de un manglar al que se le hace un recorrido bajo la dirección del guía quien va identificando las especies endémicas que se van avistando, y respondiendo a las preguntas de los visitantes.
Luego del almuerzo, los visitantes disponen de dos horas más de estadía en ese parque, que pueden utilizar bañándose en unas playas que están en ese sitio: una a mar abierto y otra en una ensenada donde reposan las lanchas que coinciden ese día en la ruta; otros, prefieren observar las grutas y cavernas que el mar ha labrado erosionando la montaña; hay igualmente, unas caídas de agua que brotan de los cerros, que muchos visitantes disfrutan como duchas; otros, prefieren descansar haciendo la siesta a la sombra de los árboles que crecen profusamente.
Del Parque Natural se sale alrededor de las 3.0 pm, haciendo otra parada programada en una bahía, donde hay una caída de agua desde la serranía y forma una piscina natural a unos tres metros de altura sobre la playa a donde los visitantes suben con ayuda de cuerdas para un duchazo adicional.
De ese sitio se emprende el regreso al punto de partida en Nuquí. Durante el trayecto de regreso ya no se piensa en el avistamiento de las ballenas porque ya a esa hora es considerable el oleaje y las ballenas han llevado a sus crías a los sitios más protegidos; además, el movimiento de la embarcación haría tambalear la puntería de las cámaras de los fotógrafos.
Excelente y motivante crónica, profe Pedro. Gracias por compartirla, cada una de ellas es una invitación a vivir tan maravillosas experiencias. Felicitaciones! Se escapó un gazapito, profe. Tepuy en lugar de tupey.
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