LA HAMACA GRANDE

LA HAMACA GRANDE. 
Juglar de los Montes de María. 
ADOLFO PACHECO.

El homenaje que le hicieron a Adolfo Pacheco en Hay Festival en Cartagena en 2014, cuya memoria quedó consignada en un libro con edición de lujo que en sus 240 páginas recoge el aporte de “connotados creadores y estudiosos de la cultura del Caribe colombiano, cada uno desde su particular disciplina de formación, se aproximan a los géneros musicales, al estilo, al contexto social de su obra y terminan elaborando un vasto y verosímil retrato de la vida del maestro.” En él, aparece igualmente, la selección de acordeonistas y cantantes que intervienen en 38 de sus canciones más representativas consignadas en dos CD, anexos al libro.



Esta es mi humilde visión sobre algunos aportes de los escritores invitados: 
* Albio Martínez Simanca, en Los Montes de María, señala que desde las alturas de la parte más abrupta de la serranía de San Jerónimo, situada frente al Golfo del Morrosquillo, se divisa una porción de ese que llama “Un mar de esperanzas”, cuya costa se asemeja a una enorme hamaca colgada, o la Ensenada de la Hamaca, como familiarmente se le conoce, que es la imagen primigenia de la inspiración de Adolfo Pacheco para componer La Hamaca grande.
Y es frente a ese mar que sigue allí, agrega Martínez Simanca, con su susurro de olas rompientes, que traen mensajes con sabor salino, que nutren las raíces de una cultura ancestral, donde sus cultores como el maestro Pacheco, fomentan el folclor combinando la literatura y la música enriqueciendo así, el espíritu de un pueblo laborioso que busca nuevas esperanzas. 
 *Jaime Maestre Aponte, en San Jacinto, paisajística, musical y metafísica, resalta que San Jacinto, Bolívar, está enclavado en el corazón de los Montes de María la alta, y que en cualquier rincón de este pueblo nace un artista; lo que no es de extrañar “en la única población de la región que tiene dos cementerios: uno liberal y otro conservador; dos santos patronos: San Jacinto y Santa Ana; dos tribus indígenas: zunúes y farotos”, y donde Adolfo Pacheco se ha encargado de tejer “en fina policromía, canciones que nos muestran la fuerza y el significado de lo patrimonial y la capacidad de un hombre visionario”. 
Resalta Maestre Aponte que para este juglar, hay música popular de acordeón cuya esencia y existencia tiene sus raíces en el antiguo Magdalena Grande conocida como vallenata, cuyo epicentro es Valledupar, que cuenta con cuatro ritmos: paseo, merengue, son y puya. Y hay música popular sabanera de acordeón, cuyo campo de creación y divulgación es el Bolívar Grande y su foco ancestral es San Jacinto, con ritmos como: paseo, merengue, son, porro, cumbia, gaita, paseíto y chandé, entre otros.
* José Luis Garcés González, en Adolfo Pacheco, un grande del amor y la creación musical, cala en las profundidades del alma de este compositor, desentrañando la grandeza del amor y su creación musical, destacando asimismo, que al hablar de sus composiciones, el artista afirma: “mis cuatro flores son: La hamaca grande, El mochuelo, Mercedes y El viejo Migue”. Que en prosa dice Garcés González, podríamos traducir que la primera, es su visión antológica de la música de la  región que le sirvió de cuna; la segunda, el amor del campesino por su entorno y su riqueza en flora y fauna;  la tercera, el amor hacia  la  mujer, que amando huye; y la cuarta, el sentimiento filial hacia el padre que se marcha. 
La Hamaca grande empezó a escribirla en abril de 1969, “Es una canción que hice para sembrar una constancia; para aclararle a los vallenatos que si ellos tienen a su Francisco el Hombre, nosotros en los Montes de María tenemos nuestra Hamaca Grande, donde caben todas las músicas, todos los ritmos” 
Es un hecho que Adolfo Pacheco llevó una vida agitada. Para explicarlo señala, que del ajedrecista Enmanuel Lasker tomó uno de sus pensamientos que convirtió en su aforismo conductor: “La vida es demasiado corta para dedicarla a una sola cosa”. Por lo que no es de extrañar, que cuando al empezar su charla con el escritor, éste  destaca que notó en la pícara mirada de su entrevistado una gran inteligencia, lo que lo hizo pensar:  “es poseedor del don de la música y de diez artes más”. 
Y cuando la situación se le tornó difícil y debió abandonar sus estudios en Bogotá y volver a su pueblo, por la quiebra de los negocios de su padre; sin abandonar su  actividad musical, se desenvolvió como empleado público, profesor, y hasta mánager de béisbol. Igual se puede decir de las lides del amor; sin embargo, afirma que quizá el amor le quedó debiendo, porque si bien hubo muchas que lo han querido “algunas no han aguantado mi ritmo de vida, y han desertado de mi barca”.
*En El eterno estudiante, el profesor Alberto Gómez Martínez señala que la trayectoria estudiantil de Adolfo Pacheco, desde el bachillerato hasta la universidad, transcurre ente 1954 y 1980, y no de manera lineal por los altibajos que presenta la vida. “Miguel Pacheco, dada la desconfianza que le inspiraba la inclinación de Adolfo, desde niño, por la música, lo embarcó en el ferry de Barranquilla a Bogotá, con la remota ilusión de torcer la vocación artística y hacer de su retoño un profesional”. Pero su vida de estudiante universitario en Bogotá duró poco, las dificultades económicas del su progenitor lo obligaron a regresar a San Jacinto donde empieza una nueva etapa.
Después de una intensa actividad en muchas áreas y siendo diputado de la Asamblea Departamental de Bolívar, ingresa a la facultad de Derecho de la Universidad de Cartagena en 1976, ya tenía 36 años y se gradúa en 1983, con su tesis sobre el derecho de autor en Colombia. 
La Fundación de la Leyenda Vallenata, lo homenajeó al lado de otras grandes figuras, dándoles el título de Reyes Vitalicios de la canción vallenata. La Institución Universitaria de Bellas Artes y Ciencias de Bolívar, le confiere el titulo Honoris Causa en Música, en el marco del primer Festival de la Hamaca Grande en Cartagena. Y La Universidad Popular del Cesar le entregó el título de Doctor Honoris Causa, en el marco del Segundo Encuentro Nacional de Investigadores.
Se completa con estos reconocimientos en vida, el homenaje a un hombre cuya perseverancia, lo ha consagrado como un eterno estudiante.
*Numas Armando Gil Olivera, en El Viejo Migue o el dolor de la partida, señala que en esa canción Adolfo Pacheco “presenta el dolor de la partida de su padre como un bello himno a la nostalgia y al desarraigo del ser humano. (…) Anímicamente concibió El viejo Migue como su mejor composición. Claro que La hamaca grande es más rica en música y parece que su mensaje le llama más la atención a la gente, porque es el valor de una región con otra; el enfrentamiento; y eso le gusta a la gente”.
Miguel Pacheco Blanco era un contador empírico, que trabaja con varias de las empresas que se habían establecido en San Jacinto por la prosperidad económica de la región cuando el tabaco de El Carmen de Bolívar estaba en su apogeo y había prosperidad en toda la región. Pero vino la debacle, algunas empresas se fueron a otras ciudades, otras quebraron; la fuente de trabajo de Miguel Pacheco se esfumó y Adolfo tuvo que regresar a San Jacinto de Bogotá, donde estudiaba.
“Atormentado por el fracaso económico y sin el valor suficiente para enfrentar su derrota, Pacheco decidió claudicar ante sus convicciones y abandonando el pueblo se fue para Barranquilla. (…) No volvió jamás a su pueblo. Porque volver es una forma de morir, y ya él estaba muerto.”

La ñapa.
El fantasma de Celia. En Héctor Rojas Herazo, Celia se pudre.
“Celia había dicho tantas veces, con las mismas palabras: “Cuando muera, no quiero que me entierren en el camposanto; quiero que me dejen aquí, frente a esta ventana, viendo para siempre los almendros, el aire y los techos de Cedrón”. Nos sonreíamos entonces, se entiende. Pero a los dos meses de enterrada apareció en la ventana. En el mismo taburete donde se sentaba y con la misma varita de ciruelo conque hacia dibujos de barcos y caballos y niños con alas en la arena del patio”.  
La casa la cerraron y tomó un dejo de animal que se abandona para descansar o morir. Y todos, al pasar, la veían en la ventana y decían: “Es Celia, ¿sabes?, está ahí desde siempre, desde antes de nacer, dicen que dicen. 
Todos en Cerón soñaban con ella. La visitaban o ella los visitaba”. p.p.505-506.

Comentarios

  1. Profe. Felicitaciones
    Excelente
    Obtuve un cocimiento que alegro mi espíritu

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