Efecto Roshomon.
El efecto Roshomon, expresa la subjetividad y percepción personal a la hora en que la misma historia es contada por distintas personas, porque cada una de ellas tiene detrás de sí toda una carga cultural, cuyas normas y valores difieren y, por lo tanto, la visión del hecho será totalmente diversa. El término se acuñó a raíz del impacto que creó en el mundo del cine la extraordinaria película del realizador japonés Akira Kurusawa en 1950, donde el crimen de un samurái y la violación de su esposa, es narrado en cuatro versiones.
Haber visto esta película, -- gracias a la generosidad de la Cinemateca del Caribe que la programó para un foro virtual, durante la reclusión obligada a raíz de la pandemia --me permitió reenfocar la visión de algunos acontecimientos; unos muy publicitados por lo espectaculares, otros tan habituales que como algunas heridas, sólo cuando supuran nos acordamos de ellos.
Uno de ellos es la tragedia de Tasajera, que trae a la mente la imagen de una población famélica, carente de las mínimas condiciones para la supervivencia, para quienes es un chiste de mal gusto que se les diga a raíz de la pandemia: Quédate en casa, por llamar “casa” al rancho donde se han refugiado con su numerosa familia, sin agua potable, sin alcantarillado, sin medios de subsistencia; donde gran parte de la población sobrevive con lo que consigue ofreciéndoles a los conductores, que por cualquier circunstancia les toca reducir la velocidad: diabolines, semillas de marañón, aguas saborizadas y otras golosinas. Ahora, cuando lo hacen porque hay un bache en la vía, le piden una retribución por llenar con tierra o escombros la deteriorada carretera, o por limpiarles los vidrios al vehículo.
Cuando se accidenta un vehículo en cualquier lugar del planeta, en condiciones normales, la lógica le indica a quienes están cerca, que la prioridad es auxiliar a quien o quienes lo ocupaban, porque sus vidas, que es lo más importante, podían estar en peligro. Pero cuando lo que está en peligro son las vidas de los residentes de una comunidad, como la de Tasajera en este caso, por la precariedad de sus condiciones, no podemos esperar que actúen de manera distinta a como lo hicieron. Impulsados por el instinto de supervivencia, que les hacía ver que si se apoderaban de lo que transportaba ese vehículo, podían mitigar el hambre que les ha estado quitando poco a poco la vida, sin imaginar que esa carga podía explotar y acelerarles la muerte a que estaban siendo sometidos quienes murieron en el acto y en los días que siguieron, y a la que siguen sentenciados los que no llegaron a tiempo, por las precarias condiciones en que permanecen.
Pocas días después, un vehículo cargado de pescado que viajaba hacia Barranquilla, se volteó en Arroyo de Piedra, Bolívar, y poco después, a otro con una carga de lácteos, le ocurrió lo mismo en Valdivia, Antioquia, y la gente, como en Tasajera, se abalanzó sobre la carga, sólo que en estos casos no hubo explosión y la población pudo saciar el hambre, sólo por ese día.
Estos son sólo la muestra de lo ocurre en este país, plagado de heridas a punto de supurar, que sólo merecen la atención de la gran prensa, cuando ocurren casos como la explosión fatal para ese grupo de compatriotas, o cuando un fenómeno natural, o una pandemia como la que nos visita, ponen de manifiesto la inequidad sobre la que se halla edificada la sociedad colombiana, donde un reducido número de familias, descendientes de encomenderos, esclavistas o enriquecidos en “forma milagrosa”, disfrutan de todos los recursos económicos del país, de lo cual hacen alardes, exhibiendo sus gastos suntuosos; en tanto que la gran mayoría de la población, sobrevive en condiciones infrahumanas.
El 20 de Julio, cuando escribo estas notas, los medios de comunicación nacional anunciaban con grandes titulares la apertura del congreso virtual y los proyectos de los partidos políticos; y en medio de ese despliegue, El Tiempo publicaba sin darle mayor trascendencia, una crónica donde señalaba que “El 58% del país está en riesgo de que su población menor de cinco años sufra de desnutrición crónica”. No está por demás recordar que esa patología en esa etapa de la vida, deja secuelas catastróficas irreparables, que condena a quienes la padecen a ver disminuidas sus capacidades para su desempeño como ciudadano. Y en esa misma página destacaba: “Una historia de confort y exclusividad de la mano de colombianos”, donde resaltaba el lujo y exquisitez en los diseños de una empresa con 27 tiendas, pero solo accesible a esa esa minoría privilegiada que había señalado en el párrafo anterior.
El Espectador, aparte del despliegue consabido “al magno acontecimiento de la democracia”, publicaba de manera discreta la tercera entrega de una serie de crónicas sobre la extracción de esmeraldas titulada, Industria esmeraldífera: “Del zar al azar”, donde se narra a manera de ejemplo el caso de Edwin Arbey Bernal Martínez, joven de 26 años que en el 2018 entró en forma clandestina a un socavón de la montaña en el municipio de San Pablo de Bordur, Boyacá, y murió por un derrumbe. Hablando de casos como ese, que ocurren con frecuencia, German Suarez Guzmán, presidente de Confedesmeraldas, destacaba que esas áreas mineras “son las más miserables. Y eso porque la política minera deja a esas zonas depredadas”
Casos como el de Bernal Martínez, se repiten a diario, no sólo en las minas de esmeralda, también en las de carbón, oro, o cualquier otro mineral; cuando sin la protección adecuada muchos colombianos, ante la carencia de un mínimo vital con que sostener a sus familias, se arriesgan para tratar de aliviar la angustiosa situación, pero mueren en el intento.
Ese mismo día apareció el blog de un senador, donde resaltaba que de los 1.287 muertos en Bogotá por coronavirus, hasta esa fecha, 33 eran de los estratos 5 y 6 y 807 de los estratos 1 y 2, agregando: “Los pobres son víctimas de un sistema mercantil de salud que sólo presta servicios si hay capacidad de pago, y que es manejado por empresas privadas de aseguramiento que buscan, ante todo, minimizar sus costos, sin importar que el costo para el paciente sea la vida”.
Dos días después, leo el desgarrador relato titulado Pobres, desplazadas y en prostitución: de la violencia de la guerra a la explotación sexual, donde se narra cómo el desplazamiento forzado en los últimos treinta años, llevó a cientos de mujeres hasta Bogotá, donde subsisten de la prostitución, hoy agrupadas en la red PETRA, mujeres valientes.
Los ejemplos abundan de esa podredumbre que subyace debajo de esa epidermis de “democracia”. Pero ante el reducido espacio, trataré de concretar: Lo primero que se me ocurre como necesario, es rescatar al Estado, que está maniatado por inversionistas inescrupulosos, lo que impide que cumpla la función definida en forma magistral por Thomas Hobbes en El leviatán, donde señala que debe servir de control para evitar el canibalismo que tanto ayer como hoy, presenciamos.
Una vez liberado ese Estado, tendrá que garantizar una renta básica, que ya Klaus Martin Schwab, presidente del Foro económico Mundial de Davos, incorporó a su agenda de trabajo, y cuya aplicación están estudiando varios países del mundo. Otro tanto tendrá que hacer para lograr la salud para toda la población, sin la mercantilización a que la han sometido. Igual con la educación. Para lo anterior, es necesario una reforma tributaria de fondo, donde los ricos paguen sus impuestos; y a la justicia, para evitar la impunidad de los delitos cometidos por “los hampones de cuello blanco”.
Esa es una mirada somera de un problema, y para quienes no la compartan, va la invitación para seguir el método de Kurosawa, a presentar la suya, pero con argumentos; no siguiendo el ejemplo de alguna ejecutiva que, desde una de las más altas posiciones del estado, respondería a la petición de una renta básica, diciendo: “¡Atenidos!”. O como alguna senadora que, ante la petición de una comisión de estudiantes reclamando mayor presupuesto para la educación, llena de ira exclamó: “¡Estudien, vagos!”. Y ojalá entre los argumentos no saquen a relucir que para eso está el congreso. ¿Ese que en ayuntamiento con el gobierno actual desconoció el mandato de once millones de colombianos, que en aras de la igualdad les pedimos, entre otras cosas, rebajarse el sueldo astronómico que devengan?
La ñapa
La alegría de Angélica. En Celia se pudre, de Héctor Rojas Herazo.
Si alguien quería ver alegre a Angélica, no tenía más que seguirla al cementerio. “Allí sí que daba gusto verla. Y decir que se volvía un hecelotodo no es ponderarla, qué va. Ante ella, la abeja más laboriosa quedaba de zángana. Era un gozo ver su diligencia para volver a emparejar flores en sus ramilletes o cambiar el agua de los tiestos y alberquitas donde bebían los pájaros o limpiar de yerbajos el delantero de las tumbas. (…) Con decirte que a veces almorzaba allí mismo te pondero, de una vez, el regusto que le daban tan fúnebres quehaceres. Contenta no es palabra. Risueña, parlera y sobrada de contento, sería el decir”. El bueno del sepulturero, un negrazo llamado Basilio, le recordaba: “Mire niña Evangélica, ya como que es hora de dejar dormir a los muertos (…) No se me desconsuele, niña Evangélica, ya verá que mañana, cuando usted regrese bien temprano, sus difunticos estarán aquí aguardándola” pp. 353-54
Interesante! Leeré y leeré para sentir si se conserva la misma esencia de cuando se inicia la lectura, porque a medida que lees y reelees encuentras significados diferentes.
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