Cimarronismo cultural.
El término cimarrón se refiere a los
animales que escapan del cautiverio para regresar a su estado natural, que es
el salvaje. Se aplicó a los esclavos que escapaban en América de quienes los
habían comprado o secuestrado, para regresar a un entorno lo más parecido
posible a la región del África de donde fueron arrancados. Así nacieron los
palenques que se dieron a lo largo y ancho de Iberoamérica.
Lo primero que hacen los conquistadores, es descalificar la cultura del
sometido para imponer la suya. Eso hicieron los españoles, primero a los
indígenas y luego a los esclavos; por eso los palenques fueron unos santuarios
de la cultura africana. Allí se preservaron sus idiomas, sus ritos religiosos,
sus normas y valores culturales; vale decir, pusieron en práctica el
cimarronismo cultural.
Si miramos hacia atrás para observar qué ha cambiado y qué se conserva
de esa temprana etapa de interrelación de las etnias en nuestro continente,
llegamos a la conclusión que el proceso independentista que se dio sólo
pretendió demostrar que, los descendientes de esa camada de conquistadores y
encomenderos estaban maduros para asumir el papel de sus mayores, pero sin
tener que sostener una monarquía ávida de tributos que los asfixiaban.
Así se dieron las “guerras de independencia”, esa emancipación formal,
donde sólo se cambió la clase dominante peninsular por sus descendientes
criollos, pero mentalmente sometidos; con el agravante de que en ese
enfrentamiento participaron otras potencias europeas que, una vez consolidado
el proceso, empezaron a cobrar los servicios prestados y a otorgar créditos
onerosos, que nos amarraron a sus intereses económicos.
Había llegado a nuestra América latina el imperialismo con tal
ímpetu, que el país que no consideró conveniente usar esos préstamos, como
Paraguay, fue castigado con la Guerra de la triple alianza que
le declararon sus “países hermanos”, obligados por el imperialismo británico.
Así “le fue garantizada la libertad de comercio” después de ser derrotado por
el gobierno oligárquico de Argentina, el imperio esclavista de Pedro II de
Brasil y por el Uruguay-- donde ya habían sido muertos o derrotados los
herederos de Artigas, y había caído en manos de la oligarquía--, país este que
participó como socio minoritario y sin recompensa, a diferencia de los otros,
que se quedaron con una porción del territorio del país vencido.
Hasta esa guerra fratricida, Paraguay se erguía como la excepción en
América Latina: la única nación que el capital extranjero no había deformado.
No debía un solo centavo al exterior. “El aliento vivo de las tradiciones
jesuitas facilitaba, sin duda, ese proceso creador”, recalca Eduardo Galeano,
en Las venas abiertas de América latina. El excedente económico
generado por la producción agrícola no era derrochado, como ocurría en los
países vecinos donde la oligarquía europeizada dilapidaba todos los
recursos.
El comercio inglés no disimulaba su inquietud ante el último foco de
resistencia nacional, porque constituía un ejemplo que irradiaba peligrosamente
hacia sus vecinos, por lo que el 8 de abril de 1865, el diario inglés de Buenos
Aires celebraba la declaración de guerra. La prensa argentina calificaba al
presidente del Paraguay, Francisco Solano López, como al Atila de América,
agregando que había que “matarlo como a un reptil”.
En Colombia, la clase dirigente de terratenientes con mentalidad feudal,
cuando algún miembro de las etnias sometidas se constituía en un peligro para
sus privilegios, era castigado de manera ejemplarizante; como lo hicieron con
José Antonio Galán, quien fue entregado como chivo expiatorio por la dirigencia
criolla a la corona española. Por eso también, algo más de un siglo después, se
ensañaron contra Manuel Quintín Lame, quien fue la experiencia vital del indio que representa , como la de tantos otros
colombianos, la imagen exacta de lo que ha significado la exclusión social y
política en el país: La criminalización de su visión del mundo; sus
enfrentamientos con
los terratenientes determinaron su captura y condena a casi cinco años de
prisión. Cuando volvió a la libertad en 1921, ya había plantado la semilla de
la autonomía indígena. La lucha de este líder se centró en defender los
resguardos indígenas.
Cuando se promulga la ley 30 de 1936,
ese intento de Alfonso López Pumarejo de sacar el campo colombiano del
feudalismo tardío para llevarlo al capitalismo, aguijoneó a los latifundistas
que habían heredado de sus ancestros tal cantidad de tierras, que se
dispusieron a defenderlas a sangre y fuego. Es allí donde hay que buscar el
origen de la violencia en Colombia. Porque esos Siervos sin tierra, de
quienes nos habló Eduardo Caballero Calderón, debieron agruparse porque se les
puso El cristo de espalda, para usar la expresión de otra de las
novelas del mismo autor, que nos describe esa época de la historia de nuestro
país.
La guerra desatada por los latifundistas contra el peligro que encarnaba
esa ley “que traía consigo el peligro del comunismo” (hoy llamarían
castro-chavismo), produjo el desplazamiento forzado de campesinos, que se
refugiaron en los principales centros urbanos del país, donde generaron los
llamados cinturones de miseria. Estos habitantes marginados harán parte de la
contracultura que los lleva a identificarse con los movimientos guerrilleros y
con el cimarronisno cultural, representado en la música de protesta que se
cultiva en Colombia en forma incipiente, pero que ya florecía en otros
países latinoamericanos.
Este movimiento también se hizo presente en los latinos que habían
migrado a EE.UU, y se manifestó en la explosión de angustia y rabia represada en
su alma, sobre todo en los puertorriqueños, a quienes les habían arrebatado su
idioma, su religión y su nacionalidad. En esto fueron secundados por los otros
latinos a quienes el sueño americano se les había convertido en pesadilla. Este
movimiento se cocina en Nueva York y su característica principal es la
estridencia, porque descargan en sus instrumentos toda la frustración que los
hizo explotar. Esa forma de desahogarse tiene otro efecto que los satisface:
fastidia a los gringos, y eso hace que se expanda; había que
cobrarles de esa forma a quienes los despreciaban y discriminaban.
No es sino trasladarse mentalmente a un lugar céntrico de Nueva York,
uno de esos sectores donde la presencia de latinos había hecho emigrar a gran
parte de los antiguos residentes. Edificios que ya muestran signos de
deterioro, poblado mayoritariamente por esta población marginada que, después
de extenuantes jornadas laborales, se reúnen los fines de semana llevando sus
instrumentos musicales que no han tenido tiempo de afinar y, sin partitura
alguna, con el estímulo del alcohol o la marihuana, dejan salir toda la
angustia producida por la nostalgia. La expresión sonora resultante que en un
principio no tuvo armonía, ni métrica, ni otros factores que caracterizan a la
música, fue conocida como “descarga”; pero que luego se fue refinando hasta
convertirse en ese fenómeno llamado Salsa, que es el cimarronismo
cultural latinoamericano.
La ñapa.
El Lura. Descripción de un barco fantasma en Celia
se pudre de Hector Rojas Herazo.
“El barco seguía allí, aparentemente al alcance de nosotros, retándonos.
Después de muchos y complicados esfuerzos –recuerdo un vago (al principio) pero
creciente horror de horas y horas remando, tal vez de días o años, ¿Cuándo
llegaremos, cuándo?, ¿si alcanzaremos a llegar alguna vez?, ¿existe realmente
ese barco y de veras nos dirigimos a él o estaremos condenados a remar y remar
sin descanso ninguno, sin nunca llegar, siempre remando, siempre? -- logramos
acercarnos. Era hosco. Su espléndido y minucioso deterioro efundía una
rencorosa majestad. (…) Y entramos en su olor. Era como la paciente
fermentación de incontables objetos y seres que hubiesen convivido en un mismo
y frenético deseo y que ese deseo los hubiera corrompido hacía mucho tiempo
para que solo quedase, triunfal, rechazadora, la espectral energía de su
adhesible hedor, incesantemente expelido, repudiado y vuelto a ser atraído y
aspirado por una solemne y perezosa indiferencia. En la proa se alcanzaban a
distinguir cuatro letras. Debieron formar, junto a las borrosas huellas de
otras, un largo nombre. Nunca supimos cuál, pero desde ese momento lo llamamos
así: Lura.” p.396.
Excelente artículo "El Cimarronismo Cultural", con un gran poder de síntesis retrata el maltrato y el dolor de las clases menos favorecidas. Felicitaciones!
ResponderBorrarUna cultura multicolor! Algo complicado que no se quiso aceptar en su momento y hoy sigue esa lucha!
ResponderBorrarExcelente articulo el del "cimarronismo". La historia parece que se repite en esta nueva generacion. Eso quiere decir que nunca aprendimos?
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