Leydy Pech
Leydy Araceli Pech Martin, es una apicultora maya de 55 años que fue condecorada con el Premio Goldman del 2020, galardón que fue instituido en 1990 para ofrecer un homenaje a las personas o colectivos que trabajen por proteger el medio ambiente y así, estimular a los defensores de la naturaleza y crear conciencia de que los problemas ambientales no son regionales, sino que conciernen a toda la humanidad. Ese galardón es considerado por los ambientalistas como el Premio Nobel de Ecología.
El reconocimiento le fue concedido a esta indígena por su lucha histórica, que debe servir de modelo para otros movimientos de las comunidades prehispánicas que luchan por la protección de la naturaleza y de sus tierras, de donde han venido siendo desalojadas. Leydy vive en Hopelchén, uno de los once municipios del Estado de Campeche, al sur de México, región afectada por la desforestación y la contaminación tóxica de la agricultura industrial que perjudica al ecosistema del cual dependen las abejas.
En el año 2000, la multinacional Monsanto empezó a cultivar en su localidad pequeñas parcelas con soya genéticamente modificada, que en pocos años pasaron a ser proyectos a gran escala, poniendo en riesgo el medio ambiente necesario para la supervivencia de las abejas y otras especies endémicas de la selva y, por ende, de las comunidades mayas.
Ante esa situación, Pech-- quien ha sido la primera mujer indígena distinguida con ese premio desde cuando fue instituido--, lideró una coalición que se denominó: “Sin transgénicos”, y presentaron una demanda contra el Gobierno mexicano para detener esos cultivos. En noviembre del 2015, la Corte Suprema de México respondió dictaminando de manera unánime, que el gobierno debía realizar consultas previas a las comunidades indígenas antes de autorizar ese tipo de cultivos; por lo que el Gobierno revocó el permiso que tenía Monsanto en siete Estados, entre ellos Campeche y Yucatán.
La hoy galardonada, también se asoció con otras mujeres de su etnia para rescatar una práctica que habían desarrollado sus ancestros: la meliponicultura, es decir la crianza de la Xunáan Kab (la dama de la miel), que es una especie de abeja sin aguijón que solo se encuentra en la península de Yucatán, que estaba a punto de desaparecer por la depredación a esa selva, que ha ido perdiendo territorio por el avance de la agroindustria.
El resultado de ese crimen ecológico ya se puede observar. En junio pasado, las tormentas tropicales, Amanda y Cristóbal, hicieron estragos en 122 comunidades de la Península; 22 poblados de Hopelchén se inundaron durante días y se afectó a 93 % de las colmenas en Campeche. El colectivo documentó que las zonas más afectadas fueron aquellas donde la selva ha sido devorada por los “impulsores del desarrollo”.
Llaman mucho más llama la atención los logros alcanzados por esta indígena, si los enmarcamos en el contexto latinoamericano, donde predominan las políticas neoliberales, que consideran la conservación de la naturaleza como un obstáculo para el “progreso” y, cuya ambición es convertir la selva amazónica, en Brasil por ejemplo, en una gran plantación de soya, y donde su presidente Jair Balsonaro ha calificado a los indígenas de la región como los mayores terratenientes del país, para justificar la persecución criminal a que los tiene sometidos.
Y en el caso de Colombia, donde las élites de Fedegan, Fedepalmas, SAC y organizaciones similares, se frotan las manos para ampliar sus feudos con la Amazonía; acolitados por el presidente Iván Duque, quien no disimula su fastidio por los indígenas de este país, y cuando éstos han querido entrevistarse con él para plantearle sus inquietudes, los elude; alegando que pondrían su vida en peligro porque están influenciados por organizaciones terroristas y, acudiendo a la desinformación para desacreditar sus manifestaciones, como ocurrió con la minga de octubre pasado.
No hay que olvidar que en el 2020, año de las masacres, cuando según el Instituto para el Desarrollo y la Paz (Indepaz), se cometieron 89 de esos hechos, con 345 víctimas, sin contar los asesinatos selectivos cometidas contra líderes sociales, exguerrilleros que creyeron que la paz era posible en este país, sindicalistas y contradictores políticos del gobierno. También fueron asesinados 47 indígenas que, al igual que Leydy Pech, intentaban salvar al planeta.
Es paradójico que esos fatídicos hechos, hayan sido utilizadas por el gobierno de Colombia para culpar al narcotratráfico, y así justificar la fumigación con el glifosato fabricado por la misma multinacional a la que tuvo que enfrentar la líder maya en México, y que le valió el aplauso de las personas de todo el mundo que han adquirido conciencia de la responsabilidad que cada uno de nosotros tiene con el planeta.
La Ñapa.
La casa de Celia y el asedio de la muerte. Narración de Hector Rojas Herazo en Celia se pudre.
“Nada se ha perdido todavía. La casa seguirá. Sus horcones, sus paredes y su techo seguirán, era lo esencial. Triunfaría después de todo, se impondrían su condición y su ser verdadero. Pero Néstor se iría, su marido se iría, los hijos de todos se irían, uno por uno, en sus fechas precisas. Sintió que sus polleras cubrían un vientre que había--¿para qué Dios mío? —parido muchas veces”. p.210
Excelente
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