Homenaje y agradecimientos 2.


Decía en el blog anterior que, a raíz de la declaración por parte del Ministerio de Cultura del 2021 como el año del centenario de Héctor Rojas Herazo,  algunos artículos publicados en el Magazín cultural del Espectador sobre el aporte del homenajeado a la pintura, la poesía, la novela, así como al ensayo y al periodismo,  me permitieron ampliar la visión que me he venido formando sobre el pensamiento de quien fuera una de las figuras cimeras de las letras y la plástica de Colombia en todos los tiempos y que durante el siglo XX recibió reconocimiento por su obra en buen número de países. 

En esa oportunidad me referí al aporte del artículo de Eduardo Márceles Daconte, Cien años de Hector Rojas Herazo. Esta vez el turno es para Luis Carlos Muñoz Sarmiento, quien en un documentado ensayo que publicó el 4 de julio  y que tituló, Héctor Rojas Herazo: Centenario del autor mayor/ un creador singular, califica la novela del homenajeado, Celia se pudre, como la “suma” literaria de casi todos los géneros…, porque  es poesía. 

Y es poesía porque su esencia es viva y fluida… pero  sólo quien tiene  la sensibilidad para reconocerla y gozarla, puede identificarla; porque está allí… en un acto, en un recuerdo, en una sensación… refugiada en las cosas más simples y palpables; solo hay que buscarla para percatarse que todo lo que represente un triunfo de los sentidos sobre la muerte, es poético. 

Para alcanzar esa sensibilidad, o veteranía poética como la llamó Rojas, se necesita una disciplina, una entrañable preparación de los sentidos para convertirlos en centinelas de lo cotidiano, porque somos parte del misterio de la vida y contribuimos a agrandarlo y, cuando estamos preparados para ello percibimos un aspecto importante de ese misterio. Quien cuente con esa agudeza puede ser al unísono descubridor, ejecutante, degustador y crítico de su propio poema.

De la misma manera como Eduardo Márceles Daconte me amplió el horizonte para percibir en la novelística de Rojas Herazo la perspectiva del pintor, por lo cual expresé mi agradecimiento; con  Luis Carlos Muñoz Sarmiento debo hacer lo mismo por mostrarme la perspectiva desde el ángulo poético. Pero eso no es todo.

Al calificar a Celia se pudre como la Suma literaria, Muñoz apunta en la misma dirección de Jorge Garcia Usta, prologuista de la edición de 1998 de esa obra, quien  destaca que el autor homenajeado busca en la unidad perdida de las lealtades y los amores de origen la posibilidad de alcanzar la trascendencia. “Para eso escribe una novela-mar en la cual coinciden todos los ríos de su mundo estético (poesía, periodismo y pintura) y que se convierte en su testamento vital y literario: Celia se pudre

En esa obra maestra, en cuyo comienzo—dice Muñoz—está la abuela del propio Rojas Herazo, que encarna “el aliento de la palabra frente al desamparo y al patetismo humano, apelando de paso a la inocencia para que el hombre sea defendido por ella y así pueda postergar su inevitable destrucción”.  Agrega, que Celia representa la búsqueda de un personaje de la muerte, a quien debe ese milagro de la liberación verbal, materializado en esa obra.

Cuando Muñoz hace énfasis en el desamparo e inevitable destrucción del ser humano, que necesita el aliento de la palabra de una Celia dispuesta a defenderlo, está apuntalando los tímidos intentos que yo había tenido de ubicar al autor homenajeado dentro del existencialismo; por lo cual le agrego un punto a mi agradecimiento.

Y para dejar constancia de que Celia “tenía más que ver con el infierno que con el cielo, con las tinieblas que con la luz, con la noche que con el día”, Muñoz, saca a relucir el dialogo cuando el marido/tío le pregunta a Celia: “— Para ti, ¿qué es el infierno? — Muy simple, ¿sabes? Lo imagino como una casa, esta misma casa, de donde se han ido todos los seres que amo. Pasa el tiempo y eternamente los espero y ellos no llegan y en esperarlos, sabiendo que no llegarán nunca, radica el infierno. Y Milciades riposta: — En cambio, yo tengo una atroz y exclusiva manera de imaginarlo. Sueño que he muerto y que he sido juzgado por un tribunal que no recuerdo. Y esta condena consiste en encarnar, sabiendo que continúo siendo yo mismo, en una persona que detesto y que cuando estoy protestando y gritando, aterrado por aquel cambio, ya soy esa persona y lo seguiré siendo por toda la eternidad”. (1998: 196)

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