MACHU PICCHU.
Referirnos a Machu Picchu, es hacer un viaje imaginario a la mágica ciudad del futuro soñada por los Amautas del imperio Inca. Visitar sus ruinas es una invitación a penetrar en la mente de sus diseñadores y constructores para compartir con ellos ese maravilloso proyecto eco arquitectónico.
Para llegar a esas ruinas es necesario situarse en el Cusco, ciudad peruana enclavada en la cordillera de los Andes a 3.399 metros sobre el nivel del mar, que fue la capital del imperio. Del casco urbano de esta ciudad hay que desplazarse a Poroy donde está situada la estación de trenes que conduce a Aguas Calientes.
La localidad de Poroy es uno de los distritos que administra la municipalidad del Cusco, situada a 12 kilómetros en cuyo recorrido, cuando el cielo está despejado, se aprecia un esplendoroso espectáculo donde sobresalen los picos nevados de la cordillera de Vilcabamba, que se destaca dentro del conjunto de los Andes al noreste de Cusco, con alturas hasta de 6.271 metros en el monte Salcantay, que hace pareja con otra montaña reluciente, La Verónica o Lagrima Santa, con 5.893 metros.
Desde la estación de trenes de Poroy a la de Aguas Calientes el recorrido es de dos horas a través de un estrecho valle- por el que fluye el rio Vilcanota entre montañas de distintas características, unas volcánicas y otras sedimentarias-, pero al llegar a Aguas Calientes queda encajonado entre paredes de más de 100 metros de altitud que constituyen unos acantilados de roca volcánica que le hacen marco a una parte de ésta población.
El verdadero nombre de Aguas Calientes es Machu Picchu, que significa “montaña vieja”; pero debido a que en sus alrededores se hicieron famosas unas fuentes termales se le cambió de nombre en la práctica, reservando su nombre original para las ruinas del proyecto de ciudad incaica que queda pocos kilómetros de este centro urbano.
De Aguas Calientes que está a 2.000 metros sobre el nivel del mar a Machu Picchu que está a 2.400, se sube en bus por un carretearle brumoso, que cuando se despeja deja ver imponentes montañas y profundos cañones, para llegar a las ruinas en 30 minutos aproximadamente. Hay quienes prefieren pernoctar en Aguas Calientes y subir a pie por “el camino del Inca” que usaron los nativos, recorrido que se hace aproximadamente en dos horas.
Las dos rutas llegan al mismo sitio. Un punto intermedio entre la “Montaña Vieja” y el complejo de viviendas, templos, talleres, observatorios astronómicos, jardines, plazas… y todo lo que significaba éste modelo de ciudad que se estaba construyendo.
En el sitio de acceso al complejo hay una plazoleta cuadrada de aproximadamente 5 metros de cada lado, destinada a la observación de la “Montaña Vieja” por el viajero, mientras reposaba de su viaje, se le preparaba la recepción o la despedida, según el caso. Hoy se usa para que el turista se hidrate, descanse y se prepare para recorrer el complejo o abandonarlo.
Es que contemplar la “Montaña Vieja”, era algo ritual…mágico… y lo sigue siendo. En ella estaban los manantiales que, por canales que constituyen una obra de ingeniería hidráulica que sigue impresionando a los entendidos, distribuirían el agua para uso doméstico, baños públicos, o usos decorativos y religiosos.
Otro tanto hay que decir de los drenajes, que tuvimos la experiencia de apreciar en directo porque durante nuestra estadía no paró de llover y toda el agua era absorbida, y a medida que bajábamos veíamos como como aumentaba el caudal en los desagües.
Esa entrada al complejo, queda pocos metros debajo de la construcción destinada al vigilante; que es de las pocas que tiene techo y es del mismo material que usaron originalmente los constructores: una paja que tiene una duración aproximada de tres años.
Ese puesto de vigilancia domina un panorama amplio que les permitía a los encargados de tal fin, alertar sobre cualquier visitante humano o animal; por cuanto estaban atentos sobre la presencia de personas extrañas al proyecto, al igual que de los pumas y osos de anteojos que esa época abundaban en el lugar.
Cuando era necesario disparaban las alarmas para que pusieran en funcionamiento los cierres de piedra activados con cuerdas, que estaban preparados para cerrar el complejo.
La mayoría de las fotos que promocionan al lugar y las que prefieren tomarse los turistas, muestran las ruinas al fondo. Era la visión que tenía el vigilante desde su puesto de observación.
Las más recientes investigaciones indican que era el modelo de ciudad que se estaba experimentando para aplicarlo en el resto del imperio; por lo tanto, entre las 180 personas que aproximadamente habitarían en ella, debían estar los Amautas o sabios del incanato, astrónomos, ingenieros y constructores, operarios expertos en trabajar la piedra y, por supuesto, el futuro Inca, quien debía poner en práctica los conocimientos adquiridos cuando le llegara el turno de gobernar.
Lo innegable es que el proyecto estaba en construcción. Uno de los sitios principales, el templo destinado al sol y a la luna no estaba terminado, y allí sobre el piso quedó lista para su instalación una piedra de aproximadamente 3.0 metros por 3.50 que debía servir de muro para separar este templo de la plazoleta a la que estaba unido. En el espacio destinado para trabajar la piedra quedó una cantidad de bloques de gran tamaño, que dan cuenta de un proyecto en marcha.
El hecho de no usar ángulos rectos sino trapezoides, señalan algunos estudiosos, le daba carácter antisísmico a las construcciones. Destacan igualmente, el gran conocimiento de la acústica que se aplicó a las áreas y plazas donde los sacerdotes o representantes del inca debían dirigirse a la comunidad… Es mucho lo que podemos aprender de este complejo arqueológico.
Excelente descripción, permite que la imaginación explore
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