Una mujer valiente.

 

Lo que no tiene nombre, así se titula la novela de Piedad Bennett publicada por Alfaguara en el 2013, que taladra el alma del lector porque la narración va destilando el dolor de la autora al evocar los recuerdos de su hijo Daniel, quien se quitó la vida en Nueva York el 14 de mayo de 2011, cuando acababa de cumplir veintiocho años y llevaba diez meses estudiando una maestría en la Universidad de Columbia.

Esa madre, al tratar de darle vida a la muerte de su hijo y sentido a su pena, le dice: “He vuelto a parirte, con el mismo dolor para que vivas un poco más, para que no desaparezcas de la memoria”, y lo hace esculpiendo un monumento con palabras, porque ellas no petrifican ni hacen las veces de tumbas como ocurre con las esculturas y las lápidas.

Ella, con la solidaridad del resto de la familia optó por la cremación del cuerpo y en no ocultarles nada a los allegados y amigos que quisieran conocer las circunstancias de esta tragedia brutal, ni de la enfermedad que la precipitó. Por ser personas libres de dogmas religiosos, no vieron su muerte como un tránsito hacia otro lugar, sino como un hecho tan natural como la vida misma.

El mismo Daniel había expresado su aceptación del suicidio como una alternativa en caso de sufrimiento. En el año 2000, con solo diecisiete años, y sin ningún síntoma de la enfermedad que lo atormentaría en un futuro cercano, escribió: “La soledad nos ataca, nos mata, lleva la gente a la desesperación, al suicidio.” Pero muy pronto, empezaría su mente a poblarse de los fantasmas que lo atormentarían y a sentir que el mundo le enviaba señales que debía descifrar.

En un principio los médicos diagnosticaron su caso como una simple depresión causada por el estrés que puede afectar a cualquier muchacho de su edad, pero cuando el problema tomó otra dimensión, su madre preocupada empieza a investigar y encuentra una definición especializada y aterradora de su alteración “(…) una enfermedad grave, con una vulnerabilidad biológica de origen desconocido, que vuelve a los pacientes particularmente susceptibles al estrés generado por los ambientes que lo rodean”. Posteriormente lo confirmarían sus psiquiatras, era un trastorno esquizo-afectivo.

La madre encuentra en una biografía de Virginia Woolf, la descripción de sus crisis maniaco-depresivas con testimonios sobre su sufrimiento y las voces que la atormentaban y la llevaron al suicidio. El porcentaje de la población en el planeta afectada por este padecimiento no llega al 5 %, lo que la hace concluir que nuestras vidas están parapetadas sobre lo aleatorio, lo gratuito, lo caprichoso…, entonces recuerda que Shakespeare escribió: “Somos como moscas en las manos de los dioses”; si hubiera estado compenetrada con la música de Jorge Villamil, hubiera agregado “Somos como los guaduales a la vera del camino”.

La escritora tenía programada con su esposo unas vacaciones en Brasil que decidió cancelar por la crisis de su hijo, pero al psiquiatra le pareció una excelente oportunidad para que Daniel se sumara al paseo y así apartarlo de sus fantasmas. Ese viaje cumplió su objetivo hasta el último día, cuando en el aeropuerto de Sao Paulo al momento de abordar el avión que debía conducirlos de regreso a Bogotá les dice que él se queda, su padre trata de convencerlo de la necesidad de volver a casa y retomar el tratamiento. Es cuando Daniel entra en crisis y desconoce a su padre, a quien agrede.

Con ayuda del personal de seguridad del aeropuerto lograron someterlo. La madre para convencerlo de que es ella y no una impostora, le recuerda episodios de su infancia; entonces él la mira con sorpresa y, en uno de los momentos más dolorosos de esta historia, le pregunta: “¿Me ayudaras a llegar al final?”

En el avión que debía hacer escala en Lima, ocurrió lo peor: desesperadamente empezó a pedir auxilio porque los que decían ser sus padres querían matarlo. Al llegar a Lima, el personal de una clínica psiquiátrica los estaba esperando para internar a Daniel en el centro asistencial donde duró tres días de tratamiento. Ya en Bogotá, de la mano de su psiquiatra se estabilizó y volvió a la vida aparentemente normal, pero lo atormenta la pregunta: ¿Seré normal… o solo lo parezco? En su familia las preguntas eran: ¿superará el miedo a la locura, al fracaso de su arte como pintor, a la soledad…?

A principios del 2010 Daniel había tomado en forma juiciosa todos sus medicamentos, adelantado los trámites para sus estudios en USA. En ese momento, las preguntas difíciles fueron para el psiquiatra: ¿Después de lo ocurrido en Brasil, era aconsejable que se fuera a estudiar al exterior, podría persistir en su sueño, tendría la familia un poco de tranquilidad? La respuesta fue: ¡Sí, está ilusionado y eso es lo más importante! Pero el sábado 14 de mayo de 2011, a las 12.45 a.m. de Colombia, 1.45 p.m. de Nueva York, estaba muerto.

Los familiares que estuvieron alrededor de la madre, sabiamente aceptaron el hecho como irreversible, pero ella no se contentó con eso, ha tratado de comprender de qué magnitud fue su sufrimiento y que opciones contempló cuando empezó a estrecharse el cerco. Allí nació la investigación que dio origen a la novela.

En los lectores, a quienes nos tocaba cerrar el libro cuando las mariposas aleteaban en nuestro estómago y el nudo en la garganta nos atormentaba, surgía la pregunta: ¿Cuántas lágrimas derramaba esta mujer por cada letra que escribía? Y concluimos: ¡Que mujer tan valiente!

Comentarios

  1. Excelente, mi hermano. Debe ser un sufrimiento magnánimo en sentir de esa madre. Y también muy aguerrida y fuerte, para soportarlo.
    También debe ser un libro muy sentido. Creo que valdría la pena leerlo.

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