Paraíso, novela de Abdulrazak Gurnah, premio Nobel de literatura 2021.


Esta obra, publicada en 1994, empieza con la descripción que hace Yusuf de lo que recuerda  de Kawa, la pequeña ciudad de Tanzania donde vivía  cuando tenía  doce años. Había llegado allí hacia cuatro años, cuando sus padres en busca de mejores condiciones de vida, se establecieron en ella, gracias a que los alemanes la usaron como depósito mientras construían la línea del ferrocarril que llegaría a las tierras altas del interior.

En la  mente del chico estaban presentes unas sequías tan intensas, que “Las flores morían apenas brotaban…El sol hacía que los árboles lejanos temblaran en el aire y que las casas se estremecieran y jadearan con dificultad… Con cada pisada una nube de polvo se elevaba, y una quietud agobiante se cernía sobre las horas de más calor.” Y donde la vida humana valía tan poco como unas cuantas gotas de agua.

A Yusuf le gustaba acudir a la estación de trenes y observar la gracia con que se movían estos vehículos al ser guiados por el guardia indio valiéndose de un silbato y una bandera. Su padre pasaba la mañana en su negocio, el hotel, que consistía en un restaurante encima del cual había una habitación con cuatro camas limpias; lugar al que le había ordenado a su  hijo que acudiera por las tardes, después de las oraciones del medio día, para que fuera aprendiendo a valerse por sí mismo.

Las visitas del tío Aziz, quien acostumbraba a vestir un kanzu ligero y vaporoso y un gorro de ganchillo, eran breves y espaciadas, pero constituían todo un acontecimiento; cuando llegaba de paso en sus viajes desde la costa hasta las montañas, lo hacía acompañado por gran cantidad de cargueros y otros  que hacían parte de la caravana  que tenía como meta obtener de las poblaciones que visitaba marfil, cuernos de rinocerontes, pieles, oro… y esclavos a cambio de quincallas, armas y pólvora.  Para el padre de Yusuf era un honor que este comerciante rico y poderoso lo visitara, pero al muchacho le entusiasmaba porque en cada visita le regalaba una moneda.

Fue una sorpresa para Yusuf que sus padres le anunciaran un viaje con el tío Aziz, pero fue más grande la que recibió cuando al llegar al almacén del tío, se enteró de que realmente no era su tío. Se lo reveló  Khalil, otro muchacho de alrededor de dieciocho años que, al igual que él, había llegado en las mismas condiciones. También le dijo que  su padre lo había entregado para que  estuviera al servicio de este señor hasta cuando  cancelara  la deuda que había adquirido.  Khalil conocía ese detalle por experiencia propia porque con él ocurrió lo mismo, solo que su padre había muerto, por lo que se había resignado a estar al servicio de su amo de por vida… Tú eres su criado, Yo soy su criado…, concluyó exclamando: ¡Somos sus esclavos! 

Le hizo saber igualmente que “le desagrada que pobretones como tú lo llamen tío todo el tiempo. Le gusta que le besen la mano y lo llamen seyyid”, apelativo que le habían asignado porque, ocurriera lo que ocurriese, él siempre conseguía parecer imperturbable; rezaba sus oraciones cinco veces al día a las horas convenidas  y casi nunca abandonaba aquel aspecto indiferente pero satisfecho. 

Mucho antes que los europeos llegaran al África ya lo habían hecho migraciones procedentes de Arabia y de la India forzados por las faltas de oportunidades en esas regiones del mundo, pero al llegar a este continente consideraron a los nativos como inferiores, imponiéndoles sus normas y valores. Eso puede observarse en las recomendaciones de Khalil al nuevo servidor para ganarse al aprecio del patrón, en las que estaba, por ejemplo,  aprender el idioma árabe para  entenderse con él, y no en el nativo suajili.

Yusuf fue destinado a acompañar a Khalil en la tienda que estaba a su cargo,   de la cual debía rendir cuenta diariamente al seyyid, y en cuyo interior  acomodaban las esteras donde dormían. El titular de la tienda puso gran interés en relacionar al nuevo miembro con la clientela presentándolo como su hermano menor. Fue enfático al recomendarle  no olvidar que eran tenderos en el día y vigilantes en la noche.

La tienda contaba con un amplio depósito y  cuando se organizaba un viaje, como se hizo al poco tiempo de la llegada del chico, adquiría un movimiento febril con proveedores, cargueros, los encargados de tocar el tambor y el cuerno que encabezaban la caravana para animarla, y algunos personajes misteriosos, como un par de criados silenciosos encargados de hacer vigilancia, que iban armados con cañas y látigos; parecían feroces y depravados, preparados para la guerra. 

El más destacado era el mnyapara, Mahommed Abdalla,  que inspiraba miedo a todos por su aspecto ceñudo y gruñón y por el brillo despiadado de  sus ojos,  que no prometían más que sufrimiento a cualquiera que lo contrariase. De él le había dicho Khalil: ¡es un demonio!...un insensible manipulador de almas, sin cordura ni misericordia. Era el jefe de viaje que se encargaba de la expedición, dado que  el seyyid era un mercader demasiado importante para organizarla y dirigirla personalmente porque debían internarse en las montañas a comerciar con los salvajes, donde la grandeza de los líderes de la región se medía por el número de animales que habían conseguido en redadas a sus vecinos y en las mujeres que habían arrebatado a sus respectivos maridos. 

Así muestra Gurnah ese continente lleno de contradicciones, con sus diferencias, desigualdades y mucha crueldad; claro que nunca igualarían a la impuesta por los alemanes que llegó a extremos inimaginables, que “como si de una plaga de langostas se tratase, su voracidad no tenía límite ni decencia. Imponían tributo para esto, tributo para aquello, prisión para el infractor, y en ocasiones látigo y hasta la horca.”

La presencia alemana empezó a sentirse desde cuando en la década de 1880 intervinieron para frenar la revuelta contra la Compañía Alemana del África Oriental, que operaba en la zona y se mantuvo hasta el final de la Primera Guerra Mundial cuando la Sociedad de Naciones entregó los territorios que estaban bajo su dominio a las potencias vencedoras.

La ecuanimidad que Yusuf había  adquirido a lo largo de los años de su vida en cautiverio se vio interrumpida al enterarse de que participaría en el próximo viaje que, para el chico  que ya tenía quince años, constituiría un aprendizaje sobre los diversos aspectos de esa parte de África, donde  las distintas etnias nativas  que se habían cruzado con árabes e indios, constituían  el  crisol de una cultura que se estaba consolidando, pero que se derrumbó   ante la presencia de los primeros europeos. 

Ese viaje fue  la oportunidad que el autor aprovechó para resaltar la importancia que tuvo  la tradición oral en el África de ese momento, porque en los diversos sitios donde se detenían, la mente fresca y ágil del muchacho  aprendió muchos de los mitos y leyendas que poblaban el mundo mágico religioso de esa región del mundo. 

Entre los lugares que más impresionaron al novel viajero, se pueden destacar los paisajes al pie de la alta montaña, donde en las primeras horas de la mañana  las nubes ocultaban la cima, pero desaparecían a medida que el sol adquiría intensidad, revelando el hielo que la cubría. Allí, pudo apreciar unas cascadas que, en un momento de ensoñación producto de su ingenuidad, imaginó que así debía ser el paraíso.   

 En la parte conocida de esa alta montaña llegaron a una población en la que vivía una pareja en una tienda de la cual,  el tío Aziz era socio, en donde,  por su recomendación, el joven se quedó otro par de años, en los que tuvo la oportunidad de relacionarse e interactuar con personajes de las más disímiles formaciones religiosas y filosóficas, lo que hace que empiece a aterrizar y ser consciente de la condición de servilismo que se le había impuesto a los africanos. 

Cuando posteriormente se entera  de que la hermana de Khalil  pasa a ser la segunda esposa de  Aziz, quedando cancelada así la deuda contraída por su padre muerto y recuperando su  libertad, pero no hizo uso de ella porque su espíritu servil no se lo permitió. 

Le quedó claro, igualmente, que si Aziz no ejercía la violencia era  porque no la necesitaba, de él emanaba  la autoridad que le otorgaban años de sometimiento cultural que lo hacían ver como alguien superior, a quien había que escuchar sin que tuviera necesidad de alzar la voz.

Pero lo que en el último momento hizo sacudir de  Yusuf ese rezago de servilismo, fue la llegada del  ejército alemán a la ciudad de la costa donde estaba ubicado el almacén, cuya administración ya compartía  con Khalil, y observar el papel violento que jugaron los askaris, esas tropas nativas que lucharon ferozmente al lado de los alemanes en contra de su propio pueblo.

Esta novela, es una invitación a reflexionar sobre el racismo y la forma como se ha ejercido y camuflado, no solo en África sino en todo el mundo, haciendo que se impregne en la población discriminada la convicción de su inferioridad que le permite ver bondad en sus verdugos y tratarlos como si fueran redentores.  

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